Cuando Hortensia Haro tomó
los hábitos en el convento del Buen Pastor, a sus 23 años, nuevamente fue
bautizada con el nombre de madre María de Santa Rosa. “Antes era la Madre
Superiora quien nos ponía el nombre, el día en que recibíamos los votos”. Se lo
hacía por las inclinaciones y personalidad de cada novicia.
Recuerda que lo recibió
con mucha alegría, pues el nombre coincidía con el de su madre, Rosa Avilés.
Desde entonces, no ha dejado de vestir el velo azul marino y el hábito blanco,
que luego fue cambiado por uno de color crema. A sus 98 años, la madre Rosita
comparte su experiencia y sus consejos con otras siete religiosas que aún
habitan en el convento del Buen Pastor, en el sector de La Recoleta.
Ha dedicado gran parte de
su vida a la educación y a las obras sociales. Aprovecha el sol que ingresa por
las ventanas del convento para entibiar sus manos. Tiene el pelo cano, la tez
blanca y un ánimo inquebrantable.
En un terreno de 2
hectáreas, junto al Ministerio de Defensa, se distribuyen el convento, un
museo, una capilla, una casa de acogida, la Escuela Ángel de la Guarda y varios
locales comerciales que arriendan para la manutención del monasterio y para
costear las obras sociales.
Las primeras religiosas
llegaron desde Canadá en 1871. Fue por pedido del entonces presidente Gabriel
García Moreno. El propósito era crear un centro de acogida para la reeducación,
rehabilitación y guía espiritual de mujeres abandonadas, huérfanas o que habían
incurrido en actos de delincuencia y prostitución. “Ora es labora”, es una de
las frases que inspira y motiva la labor social de esta congregación.
Entonces, las religiosas
se instalaron en la Recoleta de Nuestra Señora de la Peña de Francia. Este fue
un convento dominico, fundado por Fray Pedro Bedón, en 1600. Por un camino de
piedra, la hermana Liz Reascos, guía y administradora del museo, desciende
hacia la parte trasera del convento donde se conserva un antiguo mural, dentro
una ermita. En este sitio encontraron siete cuevas que eran utilizadas por los
frailes dominicos para los retiros espirituales y sus penitencias.
El Buen Pastor,
representado en una escultura de piedra traída desde Latacunga, se impone en el
patio central del convento. Alrededor se levantan tres pisos con muros que
bordean los 80 cm de ancho. En la segunda planta, entre los corredores de
madera están las habitaciones con una cama, un armario, una cómoda y un
reclinatorio que revelan la sencillez con la que viven las religiosas.
La hermana Liz explica que
el recorrido por el convento, la capilla y el museo dura alrededor de 45
minutos. El arte religioso se distribuye en varias habitaciones de los tres
pisos. La capilla, de una sola nave y tres cúpulas sobre el altar mayor, recibe
cada domingo, a las 08:00, a los feligreses y visitantes que acuden a oír misa.
En las paredes y techos se
destacan los detalles florales pintados por las primeras religiosas que
llegaron a Quito. Enredaderas y flores de lis enmarcan ángeles y santos que
custodian el colonial templo. El frío y la humedad están acelerando el proceso
de deterioro de los murales de este conjunto patrimonial. En dos pequeños
nichos a ambos lados del altar se teje otra de las sorprendentes historias de
este convento. “El corazón de Gabriel García Moreno y de monseñor José Ignacio
Checa y Barba se guardaban en esos nichos”, comenta la hermana Liz.
Explica que actualmente
hay unas 20 religiosas del Buen Pastor que mantienen una vida de retiro en
Pomasqui y El Quinche.
De sus hábiles manos salen
las bandas presidenciales que por años han lucido los jefes de Estado
ecuatorianos.
Referencias:
Diario El Comercio
(26/04/12) “Convento El Buen Pastor”. Recuperado el 24 de diciembre del 2012
desde: http://www.elcomercio.com/quito/Convento-Buen-Pastor_3_689361070.html
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