sábado, 22 de diciembre de 2012

CONVENTO SANTA CLARA



Fue fundado en 1596 por doña Francisca de la Cueva, deseosa de reparar cierto abuso de autoridad que le valiera a su esposo excomunión.

En 1645 hubo un temblor en Quito que amenazó la ruina del convento de Santa Clara. La abadesa, Sor Jerónima de San Agustín, se propuso la reconstrucción de la iglesia y sus dependencias. 

Con ese fin contrató al arquitecto más famoso de la época: fray Antonio Rodríguez. Este religioso franciscano fue castigado y enviado a Lima en 1657 por denuncias de algunos de sus compañeros. 

La abadesa protestó puesto que faltaban aún por hacer la media naranja de la iglesia, el refectorio y el dormitorio de las monjas. 

El Convento tiene un interesante duomo elíptico que lo cubre, la cúpula ochavada con linterna en el ábside, el conjunto de cupulines y la torre con campanario. 

En la iglesia son dignos de verse el retablo de los cuatro evangelistas, el púlpito, algunos cuadros y la estatua de San Diego, obra del Padre Carlos. Las naves laterales son de bóveda de crucería. 

La iglesia no tiene torre y el claustro cuadrado consiste en arcos que se apoyan sobre pilares ochavados.

Es la primera vez, desde hace 415 años, que las religiosas de Santa Clara, en un gesto de generosidad y cariño con los habitantes de Quito, abren sus puertas al público para que tenga la oportunidad no solamente de admirar la riqueza artística de las obras que forman parte de esta exhibición, sino que sea la ocasión para conocer de cerca la historia y el desarrollo de la Orden de Santa Clara en Quito.

Un monasterio que tiene más de cuatro siglos de historia abre sus puertas.
En él se escribió la primera obra de literatura mística de América, que es investigada por expertos argentinos.

Cuatro siglos de historia están encerrados en estos muros anchos y blancos. El portón del claustro se abre pesadamente y la abadesa Lucila rompe el silencio de la clausura para compartir los secretos del monasterio de Santa Clara, uno de los más antiguos de Quito: fue fundado en 1596.

Hábito de color café, lentes y una sonrisa tímida. María Lucila del Sagrado Corazón de Jesús llegó al convento a los 22 años –ya pasaron 27– porque en su natal tierra de Cojitambo, cerca de Azogues, “tenía nostalgia de algo infinito”.

En el enorme monasterio de Santa Clara la abadesa Lucila y otras 15 religiosas practican una vida sencilla, basada en los cuatro pilares de la comunidad religiosa a la que pertenecen: trabajo, oración, estudio y fraternidad. A las cuatro y media de la mañana dejan sus celdas para iniciar el rezo y el recogimiento.

A sus 49 años, madre Lucila es desde hace nueve la responsable del funcionamiento de un
Monasterio que vive en perfecta democracia. Las religiosas eligen a su abadesa por mayoría de votos; cada hermana tiene una misión y una responsabilidad que cumplir. Si la comunidad considera que la elegida como abadesa no es apta para regir el convento le revoca la designación: esta figura fue reconocida por la constitución ecuatoriana de 2008, pero para las monjitas es una tradición centenaria.

El monasterio funciona sobre lo que fueron tres casas coloniales. Ocupa casi una manzana del centro de Quito, entre las calles Cuenca y Rocafuerte, una cuadra al sur de San Francisco.

Se extendía hasta la quebrada de Jerusalén, donde ahora es la calle 24 de Mayo.
Según los historiadores, las niñas criollas ingresaban al monasterio con un séquito de criadas. Por eso la edificación era tan grande y amplia.





Referencias:

Revista Vistazo (22/12/12) “Los secretos de Santa Clara”. Recuperado el 22 de diciembre del 2012 desde: http://www.vistazo.com/ea/reportaje/imprimir.php?Vistazo.com&id=3604

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